martes, noviembre 01, 2005

1-11-05 II

El día de los muertos...

Una larga noche en vela. Eterna. Como eterno será el día que ha nacido.

Pensé que podía ser feliz. Me equivoqué. Asesinaron mis sueños, guillotinaron mis ilusiones, pintaron de negro mis fantasías y manipularon los afectos. Ya todo da igual. Despiertas en un pozo oscuro y profundo y no tienes fuerzas para salir de él. No hay luz. Solo tinieblas.

Tal vez soy la reencarnación de alguien que fue muy malo en el pasado, y estoy pagando ahora por pecados no cometidos. No lo sé.

La gente me miraba por la calle. No apartar la mirada cuando lloras debe ser algo fuera de lo común. En el cementerio he pasado más desapercibida, aunque no llevaba flores. Olía dulce. Demasiado. Ese olor dulzón que se transforma en fetidez y hace que desees salir de allí. No era el día más oportuno para hacer visitas a domicilio.

Otra vez. Pensaba que, aprendiendo de errores pasados, conseguiría alcanzar ese estado que ansío. Pero me está negado. Creía que mi infructosa búsqueda hasta el momento había terminado. Otro error. Solo que ni quedan ánimos ni espíritu para continuar. Se acabó. Tanto desengaño acaba por romper el alma en trocitos tan minúsculos que siempre habrá alguno imposible de encontrar. Y ya son demasiados pedazos perdidos para recomponer lo roto.

Amo, porque todavía tengo sentimientos. Sufro, como persona que soy. Más no quiero amar ni sufrir y pondría mi vida y mi empeño en ello si no tuviera tantas ganas de sumergirme en un sueño, también eterno, donde los sentidos no importan. No importa nada.