jueves, febrero 10, 2005

10-02-05

Mirar las cosas desde lo alto, sin enjuiciar, como si de un ente astral se tratara. Simplemente observar. Que la corriente siga su curso y arrastre con ella el fango. Las aguas vuelven a su cauce después de la tempestad. Imposible. Cuando se abre esa ventana interna, la mirada lúcida capaz de ver cualquier detalle, por nimio que sea, no queda más remedio que hacer un acto de contricción. Nos movemos a tientas, por impulsos, a golpe de corazón y quedamos ciegos e indefensos ante las bajezas humanas. Y los únicos culpables por permitirlo somos nosotros mismos. Nos sentimos halagados por ser envidiados y no nos paramos a pensar que, a la larga, ese pecado capital se volverá contra nosotros. No existe la envidia sana. Hay quien no está contento con lo que tiene y necesita desesperadamente vampirizar alegrías ajenas. Qué bonito! Con lo poco que cuesta soltar lastre, vive y deja vivir. No acaparar. La eterna sinfonía del yo-yo.

Cena, charla, no hemos arreglado el mundo, o si, pero tanto daba. Humor, mucho humor. No ha sido una noche de pasión, más bien de ternura, de algo que flotaba en el aire, pendiente desde el principio. Esta mañana, con sueño, café y despedida. Eso es todo, porque no puede haber próxima.

Y como dice Julien: rien de la vie, rien ne me laisse, aussi vivant.