viernes, mayo 27, 2005

27-05-05

Sortilegio, sortilegio, de la copa a la raíz...

Ni el más efectivo de los conjuros sería capaz de devolverme la cordura en este momento. El parque. Distintos tipos de árboles. Me siento en un banco a la sombra porque el sol me hace daño en los ojos. Corre un aire que se agradece. Solo se oyen los silbidos de pequeñas aves que se esconden entre las palmeras. Los abuelos pasean a los niños o los vigilan mientras juegan en la zona infantil. Se paran ante mí dos mariposas en plena danza de apareamiento. Contamino el espacio con el humo de mis cigarrillos. No tengo hambre. Si pudiera quedarme en este estado contemplativo para siempre... No pensar nunca más. Por qué duele tanto pensar? Mi cabeza se niega a no hacerlo y sigue dando vueltas y vueltas, una y otra vez en eterno torbellino.

Viene más gente. Se sientan en bancos lejanos para tomar el sol, comer, hablar. Me siento incapaz de reír. Ni una sonrisa. Estoy tan triste... Qué es más digna acción del ánimo: hundirse, dejarse caer en la más oscura desesperación para poder emerger de nuevo o activar los resortes de autopreservación y plantarles cara a los elementos? Elección difícil.

Nadie conoce a nadie... No ha salido la ira, solo la desilusión. El timbre de una bicicleta interrumpe el hilo de mis pensamientos. Va tomando forma la idea. Descanso. Desconexión. Desaparición. Hacer oídos sordos a responsabilidades, dar carpetazo a lo pendiente y tomarme unos días sabáticos, alejada de la vida diaria, esa que tanto me duele, que me sume en la oscuridad. Barrer telarañas de sueños que han quedado prendidos en lámparas de cristal, cual anacronismos del pasado. Dejar que la luz invada todos los rincones y dé un nuevo aire a la estancia. Podré? Seré capaz? Mi fortaleza no es tanta. Ayer me sentía sola. Hoy menos, pero con más ganas de verter ríos. Mis abrazos amistosos cada vez son menos. Otro por qué. Hacer cábalas sobre lo que puede haber sido no conduce a nada. Hay mil y un motivos donde escoger. Como en los cuentos de Sherezade. Mil y una noches entreteniendo al monstruo para no ser devorada por él. Soy una narradora de cuentos que nunca acaban bien. Pero así es la vida. La mía.